Una efeméride. Una canción. Y la historia que las conecta. Cada día. Desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre.

NON, JE NE REGRETTE RIEN
Edith Piaf

Se funda la Legión Extranjera Francesa (1831)

Hija de artistas callejeros que malvivían alcoholizados, Édith Giovana Gassion (conocida como Edith Piaf) tuvo una infancia muy triste. Se crió en la calle, intentando ganarse la vida cantando en las esquinas del París de los años veinte. Con 16 años se quedó embarazada. Pero su hija murió a los dos años, una tragedia que marcó la vida de la artista, que desde entonces siempre vistió de negro.

Su destino dio un giro cuando el propietario de Le Gerny’s, uno de los cabarets más conocidos de la ciudad, la oyó cantar y, sin pensárselo dos veces, la contrató. Con el salto a los escenarios, el éxito de Môme Piaf (pequeño gorrión), que es como entonces se la conocía por su aspecto frágil, no tardó en llegar. Entrada la década de los treinta, ya como Édith Piaf, se convirtió en una de las artistas más reconocidas de la época. Pero cuando en abril de 1936 su descubridor apareció muerto de un disparo, su vida sufrió un nuevo bache. Se la consideró sospechosa del asesinato y, tanto la prensa como la sociedad francesa, le dio la espalda. Derrotada y sin rumbo, Piaf volvió a los barrios bajos de París, donde terminó cantando en locales de mala muerte y abusando de las drogas y el alcohol.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y con la ayuda de su letrista y amante Raymond Asso, consiguió enderezar su carrera. Se convirtió en la musa de poetas e intelectuales, se ganó la admiración y el reconocimiento del público y, poco a poco, volvió a los teatros de todo el mundo. A nivel artístico, fueron sus mejores años, pero en su vida privada seguía sin levantar cabeza. Atrapada en una telaraña de vicios, adicciones y desengaños amorosos, la salud física y mental de Piaf cada vez estaba más dañada. Y cuando en 1949 el boxeador Marcel Cerdan, que entonces era su compañero sentimental, murió en un accidente aéreo, se acabó de hundir. Continuó actuando y cultivando éxitos musicales, pero la depresión profunda que arrastraba y un accidente de coche del que salió bastante mal parada, no hicieron más que agravar el deterioro de su salud y su dependencia de la morfina .

A los 44 años, agotada mental y físicamente, Piaf decidió abandonar los escenarios. Fue entonces cuando el compositor Charles Dumont y el letrista Michel Vaucaire fueron a verla para proponerle algunas canciones. Ella les respondió que sólo escucharía una. Y la elegida fue Non, Je Ne Regrette Rien. La artista se identificó a la primera con la pieza. «Esta canción soy yo!», cuentan que fue su comentario inmediato. Y, automáticamente, cogió a aquella canción como si fuera el único bote salvavidas que le quedaba. En pocas semanas la artista reaparecía en el teatro Olympia de París en uno de los conciertos más recordados de toda su carrera. Con un aspecto frágil, poco pelo y la mirada perdida, Édith Piaf salió a cantar y reafirmar con las pocas fuerzas que le quedaban que no, que no se arrepentía de nada. Cuentan que cuando terminó su interpretación tuvo que salir a saludar hasta 22 veces.

Después de aquella actuación, Non, Je Ne Regrette Rien se convirtió en el tema que para siempre acompañó la figura de Édith Piaf y, por extensión, la de todos aquellos que luchaban para sobrevivir al abandono de la suerte. Es por eso quizás que la artista quiso dedicar su interpretación del Olympia a la Legión Extranjera Francesa, que en aquel momento se encontraba combatiendo en la Guerra de Argelia. El traslado del General De Gaulle del frente a la presidencia de la República, había dejado a este cuerpo de infantería abandonado en el campo de batalla, permitiendo así la secesión de Argelia. Los soldados interpretaron este hecho como una traición de su idea de la gran patria francesa y se rebelaron contra De Gaulle.

En abril de 1961 los oficiales y jefes legionarios del Primer Regimiento Extranjero Paracaidista fueron capturados y el resto de la unidad obligada a disolverse. En el momento de la desactivación del grupo, los legionarios salieron de sus barracones con paso lento y cantando desafiantes el tema que Édith Piaf les había dedicado para dejar claro que, como ella, ellos tampoco se arrepentían de nada. Desde aquel episodio, el tema se incorporó al cancionero de los legionarios extranjeros franceses, convertido en todo un himno a la personalidad, el inconformismo y la determinación.

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